Le querian poner: Candy Tarzán Pecosa
En Galicia le hubieran puesto: Dulce Dulce
Los televisos serían capaces de ponerle: ¡Soy tu enfermera!
Terminaron poniéndole: Candy Candy
El secreto de Candy: su eterno entusiasmo
El anime shoujo por excelencia, y para un servidor, la historia que me hizo fan de la animación japonesa desde los 6 años. Es, para mí, el más bonito melodrama televisivo (superior a cualquier telenovela del canal de las barras y las estrellas.
La historia es por muchos conocidoa y si algún detalle se me barre, corríjanme. Sucedió por ahí de 1982, en el canal 13 había una muy bonita barra de caricaturas en las tardes de lunes a viernes. Y como cosa curiosa, muchas de extracción japonesa, sin olvidar el show de los muppets los domingos después del fútbol americano. Pero centrémonos en la historia de esta rubia pecosa y con esa voz argentina tan melosa y dulce que ha roto los corazones de varias generaciones, me refiero a la maestra Cecilia Gispert.
Candice White es una niña huérfana, abandonada en un orfanatorio durante una nevada en un pradera del centro-norte de los Estados Unidos (en el manga, la escena ocurre en un día de primavera) junto con otra niña, Annie. El orfanatorio en cuestión es administrado por una religiosa (de sepa Dios qué orden), la hermana María y su amante secreta la señorita Pony (de quién se puede suponer que también es religiosa pues nunca se le nombra si está casada o qué pex con ella. Ambas niñas, una rubia y la otra de cabello oscuro, desarrollan personalidades completamente opuestas. Candy es enérgica, entusiasta, desinhibida, descocada, zorra y algo marimacha (para los cánones mojigatos de su época, principios del siglo XX, mientras que Annie es tímida, llorona, mosca muerta y las actividades al aire libre le cuestan uno y la mitad del otro mucho trabajo. Ambas se juren solemnemente que siempre estarán juntas, pero como tarda más en caer un hablador que un cojo, cuando Annie es adaptada por una familia rica de alto pedorraje alta alcurnia, Candy se queda como el perro de las dos tortas llorando en lo alto de una colina cuando (y he aquí una de las escenas más hermosas de la serie) aparece un excéntrico joven con falda maldito joto escocesa y tocando una gaita, la consuela diciéndole (imaginen el acento argentino) "eres más bonita cuando sonríes que cuando lloras"... y ¡oh!, el príncipe de la colina se desaparece sólo dejando un prendedor con una A gigante. Y desde ahí, creo que no hay corazón duro sea de hombre, mujer o quimera, que se enternezca con semejante escena y no deje de picarse el ombligo la curiosidad por saber que ocurre episodio tras episodio hasta completar los 115 que componen la serie.
El encuentro con el príncipe de la colina
Quienes hemos sido fans de esta historia, coincidimos en muchas cosas. Aparenta ser cursi, no es boba ni tampoco simple. Candy con su firme temperamento, tiene innumerables momentos donde se hace de tripas corazón porque le ocurre de todo: es adoptada, la convierten en sirvienta, en cenicienta, es inadaptada adoptada nuevamente por otra familia donde vive el amor de su vida, a éste se lo carga el payaso le cae del caballo y muere, se sobrepone a pérdidas, a infamias, la secuestran al más puro estilo mexicano (literalmente, sino recuerden al cochero con su atuendo de rancherito neoleonés de principios del siglo XX), la meten a una escuela fufurucha donde nuevamente la pasa mal aunque conoce a su nuevo amor (Terry), y como no le gusta que le sigan teniendo conmiseración por ser una niña adoptada por una familia rica que trata de resolverle la vida, en un acto de libertad y de valor, se escapa para forjar su propio destino con sus propios medios sin importar las dificultades ni el qué dirán, pero aún así, lleva titubeos, miedos, esperanzas de reencontrarse con Terry, abandona a su mascota Klin para hacer sus estudios de enfermera (en una escena súper conmovedora que me sacó lagrimas de cocodrilo), y en medio de la guerra y de atender a un sin número de combatientes, le toca por azares del destino ser la que reviva a su preciado mentor dentro de la familia rica que la adoptó. Y aún falta más, pues en uno de esos giros drásticos que tiene la vida, cuando parece que tiene la felicidad al alcance de su mano, deja estúpidamente ir al amor de su vida con una niña del teletón paralítica para no causarle un mayor dolor, sin importar que ella misma se clava un puñal en el corazón... Ja, ya dije el final pensarán algunos pero no acaba aquí, pues al ir el anime más adelantado que el manga, aquél concluye de una manera desconcertante, regresando al orfanato para trabajar con la hermana María y la señorita Pony. Aunque al menos, se aclara la identidad del famoso príncipe de la colina.
Bueno, total que para no hacer el cuento largo, Candy Candy es el desarrollo y evolución de una chica de cáracter que es capaz de anteponer la felicidad de otros a la suya. Es una de esas almas mártires que antepone la felicidad de los demás a la suya propia, una chica sacrificada, que busca ser sostén emocional de muchas pero que muchas veces necesita de alguien más en quién apoyarse. La amistad y el compartir el amor y la felicidad propios son el tema recurrente, el aprender a levantarse una y otra y otra vez y ¿cómo no van a inspirar al espectador y a poner en el baúl de los buenos recuerdos semejantes actos de heroísmo que una y otra vez Candy realiza?
Al margen de el trágico destino que empañó y sigue empañando la distribución y retransmisión de Candy Candy en la actualidad (me refiero a la eterna pelea de box por los derechos entre Kyoko Mitzuki y Yumiko Igarashi, escritora y dibujante respectivamente), voy a decir algo que quizá suene a blasfemia: la versión doblada es profundamente más emotiva que su original en japonés. La marca que dejan este grupo de actores argentinos no tiene parámetro en la historia del doblaje latinoamericano. Muchas veces se nos dice que el doblaje mexicano es el mejor del mundo, pero eso no significa que el talento sólo se concentre entre el Río Bravo y el Suchiate: me he bien acostumbrado a la voz chillona y dulce de Cecilia Gispert y a la seriedad y desparpajo que Andrés Turnes (voz de Anthony y de Terry) que me quito el sombrero ante ellos. Cuando hay cariño y un trabajo profesional, es obligación reconocerlo.
¿Qué le podría decir a las noveles generaciones que se han quedado atrapadas en la banalización de programas dizque modernos pero no ofrecen en ocasiones otra alternativa más que eternas explosiones, chistes grotescos o series con pseudo-estrellas pop fresas y vacías? Bueno, se trata de probar todo pero quedarse con lo bueno. Puede que en estos tiempos las historias rosas (entiéndase, dirigidas inicialmente a un público feminino) nos parezcan vil cursilería y hasta pérdida de tiempo. Vivimos en tiempos en donde queremos el amor sin que nosotros lo ofrezcamos primero, buscamos la libertad pero no estamos dispuestos a arriesgarnos ni mucho menos a responder por las consecuencias que trae consigo alcanzarla, y con frecuencia nuestro egoísmo contemporáneo nos hace olvidar que una sonrisa desinteresada y un entusiasmo desbordado suelen ser mejores medicinas que el Valium o el Prozac.
¿No les parece encantadora esta sonrisa?
Con aprecio y cariño para Deni-chan, cuya sonrisa es la mejor medicina.
Y para que conozcan al menos quiénes están detrás de la niña Candice White, les presento en primera instancia a Mitsuko Horie, la cantante del tema original, intérprete y también con frecuencia seiyuu (¿remember Sailor Galaxia').
Y por otro lado, esta interesante entrevista con la inolvidable Cecilia Gispert.
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